Desde la cuna, me consideraban la “bebé que canta”. Sin embargo, a los 7 años, los médicos aconsejaron a mi madre que me retirara de las clases de canto y guitarra por temor a dañar mis cuerdas vocales. El mensaje era: “No puedes ni debes cantar”. A pesar de ello, a los 11 años ya dirigía a los jóvenes que cantaban las canciones de Sion a bordo del barco Dan mientras hacíamos Aliyah a Israel. A los 18 años, fui elegida entre muchos concursantes para cantar la canción de graduación al terminar el entrenamiento básico en el ejército israelí. Mi voz resonó con emoción cuando canté a capela frente a cientos de personas “Eli Eli” (Dios mío, Dios mío), la canción de Hannah Senesh, una famosa mártir judía durante la Segunda Guerra Mundial.

Debido a que nací casi muerta con el cordón umbilical alrededor del cuello, sufría insuficiencia respiratoria y problemas de coordinación motora. Esto también se convirtió en un impedimento para cantar. Sin embargo, el canto brotaba de mí con frecuencia y las canciones nacían sin esfuerzo. He cantado, acompañada de mi guitarra, en hospitales psiquiátricos, prisiones de máxima seguridad, conferencias y congregaciones de muchos países.

Recibo todas mis canciones como una descarga del Cielo. El compositor es el Creador del Universo: Yo sólo soy la receptora. Él es quien me ha salvado, me ha ayudado a salir de todas las limitaciones y me ha hecho plena. Él me ha reconfortado y ha convertido mi luto en danza y mi dolor en canto. Su nombre de nacimiento es Yeshua, aunque muchos lo han llamado Jesús; Él es y siempre será un judío. Mi oración es que estas canciones te bendigan y te reconforten también. Este es un tributo a Él. Le debo todo mi aliento.